Mi padre era un enamorado del mar. Cuando era pequeño, todos los veranos me llevaba a pescar al amanecer. En los últimos años me absorbió la vida de la ciudad y nos distanciamos. El mes pasado me llamó: ¿Salimos un día más al mar, hijo? Tenía trabajo, mil excusas, pero no me salió del alma negarme. Vale, papá, ¡el domingo por la mañana! le dije. Esa mañana nos encontramos antes del alba. Papá había traído las mismas cañas de siempre. Nos sentamos juntos en la barca, en silencio. De vez en cuando me miraba y sonreía. ¿Sabes qué? Cuando eras pequeño siempre pescabas tú el pez más grande, me dijo. Porque tú siempre me dabas el mejor sitio, papá, le respondí. Los dos nos echamos a reír. Pasaron las horas. Ese día más que pescar peces, pescamos recuerdos. En el camino de vuelta se volvió hacia mí: No te olvides nunca de esta salida, yo tampoco me olvidaré, me dijo.

Nunca olvidaré aquel verano que fuimos Lucía y yo a Valencia. Cuando le propuse ir al festival de La Tomatina al principio le pareció una tontería, pero al final la convencí. Cuando llegamos a Buñol la plaza estaba llena de tomates. Los camiones los descargaron y comenzó la guerra de tomates. Al principio salimos corriendo pero después las dos empezamos a coger tomates y a tirárselos a todo el mundo. Durante una hora nuestro pelo y cara se tiñeron completamente de rojo pero nos lo pasamos tan bien que no nos importaba. Un señor mayor español que estaba a nuestro lado nos dijo que así era España. Cuando terminó el festival Lucía me dijo que había vivido el día más absurdo pero divertido de su vida. Yo sentía lo mismo.

Mi novio y yo decidimos aprender flamenco para la boda de su hermano. En la primera clase, la profe nos miró y sonrió moviendo la cabeza. No teníamos ni pizca de ritmo, nos liábamos con los pasos. Una señora mayor que había al lado se reía y nos decía que tuviéramos paciencia. Mi novio era peor que yo, pero ninguno se rendía. Fuimos tres meses, cada semana fatal pero mejorando poco a poco. Llegó el día de la boda, sonó la música. Cogidos de la mano salimos a la pista muertos de miedo. Al dar los primeros pasos todos empezaron a aplaudir. No éramos perfectos pero salía del corazón. Los novios aplaudían de pie, todas las miradas en nosotros. Ahí entendí que el flamenco no es solo baile, es unión y familia.